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lunes, 26 de diciembre de 2011

Muerte



La luz se apagó, dejandome a oscuras, un sentido más que es inútil, superfluo, ya no queda nada, simplemente una tumba gris en la que me recuesto cada noche antes de dormir, la tumba de lo que podría haber sido, de lo que tuvo que ser y no fue ni será.

Una gota de sangre, la sangre que una vez usé para sellar una carta, una declaración de intenciones y una promesa, que sigue grabada a sangre y fuego dentro de mis entrañas y que día tras día quema más y más.


Poco a poco se apaga, se va difuminando, va desapareciendo, pero cada minuto duele como el primero, como si un acero al rojo atravesara mi alma desgarrandola poco a poco, destruyendo todo lo que habíamos construido, y este proyecto precisaba de dos arquitectos, de los cuales uno ha renunciado.

Sigo recostado en la tumba, esperando a que los sentimientos que duermen dentro vuelvan a moverse y levantarse como Lázaro.

Mi alma pierde la consciencia... y se aletarga esperando a que este frío invierno pase.

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